Y allí junto al mar
tú y yo juntos,
no sé el tiempo que estuvimos
mirando el infinito,
sin nada, todo oscuro,
como el manto
con el que se cubre
a la Dolorosa
que se pasea
en las semanas santas
de cualquier pueblo
con culto abierto al catolicismo.
Se que se rompieron los minutos,
que me dejé llevar de tu embrujo,
que los besos eran salados,
que las olas me impedían
salir del adentro de tu cariño
en el ir contigo,
por aquella playa,
en la que la luna
jugaba a ser la amante
y querida,
sin saber ella
que el amor de mi vida
a mí lado iba,
sin más rumbo
los dos juntos,
que unas miradas perdidas
en el cielo lleno de prodigios,
aquel que mirábamos,
mientras todo era parecido
a una de esas noches,
en que hay que dejarse de cuentos
y dar paso a que el amor
imponga su ritmo.