Se impone el ardiente deseo de piel;
aquel que deshiela la adusta nieve;
que derrite la roca y la conmueve
y de austeros panales llora miel.
Arde y quema el apetito loco
como hoguera que a carne sonroja
y el labil control mental deshoja
y sumerge en libido de sofoco.
Recorre el camino beso a beso;
prueba el néctar sacro de otra boca
sin mediar peligro su embeleso.
No se abstiene tomar otro aliento
y saciar largas y fingidas fantasías
que lo dejan hastiado y sediento.