Andando en los lugares de la infancia,
tropiezo en el camino con la escena
que puede parecer sin importancia
a quienes la perciben como ajena,
y ven, indiferentes, mi lamento.
Un hombre, que ha pausado en su faena,
exhausto, —se le ve el agotamiento—
¡Arranca los durmientes y la vía!
haciendo inevitable que al momento
recree mi niñez; cuando corría
contando los durmientes, infinitos.
¡Mil veces me rendí! —desfallecía—.
Regresan más recuerdos no prescritos.
Nos veo de chiquillos. Asomaban
tan fáciles las risas y los gritos.
Y, cuando los vagones se enganchaban,
con nuestra fantasía nos creamos
titanes que en un duelo se enfrentaban.
Mirando la maniobra imaginamos
la lucha de colosos —fascinante—.
Y luego aquel momento que esperamos;
el ver a la locomotora que, triunfante,
—llevando el cuerpo inerte del vencido—
gritaba su victoria, desafiante.
El hombre —que resurge de mi olvido—
retoma nuevamente su tarea.
Detiene mis recuerdos. Decidido,
muy cerca del final, no titubea.
Con fuerza —con el cuerpo descansado—
remueve la madera, la golpea.
¡El último durmiente se ha quitado!
Percibo que flaquea mi entereza,
pues siento que en mi pecho se ha incrustado
agudo sentimiento de tristeza.