¡Oh, amor, te brindo las tormentas de mis besos de fuego!
Arden delirantes en los rubíes salvajes de mi pasión,
mientras el mundo se convierte en un pañuelo bordado
con los colores vibrantes de mi tiara.
Llora un chigüín, llora hasta desfallecer,
en la lasitud de mis precipicios hambrientos,
donde una garúa despeina los días de vuelos,
transformándolos en malabarismos tejidos con huellas de pinol.
Lágrimas que se vuelven sacuanjoches,
explosiones bajo arcos de madroños en flor,
relámpagos que parten el hielo en el amor,
elixires sin memoria que desgarran el canto de los cenzontles.
Subidas que zarandean el retiro de las abejas,
y un coraje devorado que juega a ser pantomima,
mientras en una Managua desolada,
un corazón de helechos florece en la selva negra.