Sí, se parece un poco, sí.
Si lo miro desde este lado
de la ventana se me parece más,
fíjate. Aprovecha este trasluz,
este que viene, que genera esa nube
cumulosa tras la tormenta del fondo.
A su padre, diría —a su madre menos—,
y me encanta que así sea, entre otras
cosas porque el padre soy yo y no es plan,
estarás conmigo, en que se parezca,
verbigracia, al fontanero que suele venir,
siempre el mismo por cierto, no sé por qué,
a reparar aquello que yo no alcanzo.
¿Vendrá a reparar también otros mecanismos,
no artificiales, que se atascan alguna vez, o,
incluso, todavía están atascados y yo sin saberlo?
Menos mal, pensé con preocupación, porque
el fontanero tiene los ojos achinados y el niño
de la foto, que supuestamente es mi niño, no,
—aunque puede ser que la suerte genética
haya querido esta vez dar prevalencia a la madre,
a su redondez de ojos y sus párpados, y haya dejado
en el olvido la chinez que lo catacteriza—, y lo malo
de todo esto es que no me quito de la cabeza
que Susana está poniéndome los cuernos con alguien
—¿será que siento que no le doy todo lo que debería
o puedo darle?—. Me voy al trabajo y aparco
el comecome este que me va a devorar si no lo saco
de mi pensamiento. Llevo tres días con este runrún.
Sí, creo, se parece un poco, o un mucho, si miro
esta foto con este trasluz que ahora, después o tras que
la nube amenazante de lluvia se fuera, reina, invade
esta soledad deliciosa sobre esta habitación propia...