Salta, corre brincando hacia el amor y déjate caer,
sin respirar siquiera, sin pensar en el tiempo; sin fe.
Caído, agítate con dulzura extrema, aúlla.
Deja que el tiempo se persigne avergonzado,
enfrentado a tu danza vital, lejanía insondable,
movimiento de ave o potro enloquecido.
Deja que la miseria te empape con su olor a desgracia,
que la vida y los colores de la vida te dejen ciego.
Y así, sabiéndolo, has de morir tranquilo,
sin deberle a la vida, ni a ningún Dios extraño,
ni a espíritus modernos, ni a la carne, nada.
Sin deudas, alborozado por el movimiento de los astros,
abrazado a cuanto amor se precie de moverse o volar,
así: sin nerviosismos o cálculos perfectos,
así, se muere y se vuelve a nacer, si es necesario,
cada vez, todos los días, algunas noches, siempre.
(Del libro Amores Perdidos, Ed. Grupo Cero)