Si ser poeta fuera
tomar té con galletas junto a damas de buen ver todavía,
carecer de conducta sexual y recitarle
poemas a los ojos de una chica,
si ser poeta fuera
mendigar ante críticos, hablar de amor y guerra sin haber
estado nunca preso
o probar la paciencia de un público fanático
pues no,
jamás sería poeta.
Pero si ser poeta significa vivir a cielo raso
rodeado de putas y cabrones,
huir de conferencias
rechazar entrevistas,
sofocar los incendios con un beso académico
y enhebrar las agujas siempre a oscuras,
si ser poeta obliga
a bañarse en el río en que desaguan todos los colectores,
a hacer pis y expeler como lo hace la gente más sencilla,
a armarse de paciencia con un viejo y vocearle al psicólogo aburrido,
decirse y desdecirse,
escuchar de rodillas los mensajes anónimos
y no hacerse invisible cuando llega la lluvia
en ese caso sí
seré poeta.
Y si hacer un poema fuera entrar por el ojo de una aguja,
yo, que crecí con jorobas de camello,
soy poeta.