En el silencio de la estancia, las páginas se deslizan suavemente,
cada verso, cada línea, un susurro de lo divino.
La verdad se busca con fervor, en el estudio constante,
en la oración profunda, donde los pensamientos se alinean.
Como el agua que fluye, pura y clara, hacia el mar,
así es el conocimiento que de la sagrada escritura va a brotar.
No es la prisa, sino la pausa, la que nos hace encontrar,
en el texto sagrado, el mensaje que nos quiere hablar.
En su búsqueda, un versículo a la vez,
con paciencia de orfebre, su entendimiento ve crecer.
Las notas al margen, las referencias cruzadas,
son las llaves que abren las puertas de la sabiduría anhelada.
No es solo leer, es permitir que el corazón se empape,
de las palabras que como lluvia, el espíritu del hombre atrape.
Es un diálogo silente, entre el alma y lo escrito,
donde cada palabra es un tesoro, en el corazón escondido.
La verdad no es estática, es un camino que se anda,
es un viaje que continúa, aunque la jornada sea larga.
Es el esfuerzo lo que cuenta, la intención lo que vale,
en la búsqueda de la verdad, donde el amor nunca falle.
Porque estudiar es amar, es buscar con ansias la luz,
es encontrar en las escrituras, el camino que a Jehová conduce.
Y así, día tras día, en el estudio y la reflexión,
demostramos nuestro amor, por la verdad que es nuestra pasión.