(minicuento)
En la tiniebla cósmica, a una escala en que los universos semejaban meros puntos de luz difusa desde la distancia, aquel monstruo voraz de apetito insaciable con forma de agujero negro sumamente masivo, supremo y poderoso, abrió sus tenebrosas fauces —unas fauces no ubicadas solo en un lugar, sino alrededor de su cuerpo; una boca circundante, envolvente, con una tremenda potencia de succión—e engulló de un tirón al Multiverso infinito, transfiriendo a sus nigérrimas entrañas todo: materia, espacio y tiempo, para después DEVORARSE a sí mismo y terminar, por su propia consunción, en un punto evanescente hasta alcanzar su completa y fatídica extinción.