Ivette Urroz

He contemplado la sombra de un loro

He contemplado la sombra de un loro en el lodazal,

perdido en el laberinto de cabangas y palabras,

lleno de miedo ante el sendero de carambolas y de maizal,

y haciéndose el chancho, trágico en su elocuencia,

echaba verbos que le prometían tanto

cómo le arrebataban su dignidad que yacía en pirinola.

 

Con el pico rugiendo, vacío de certezas, charchaleaba,

vacila, a hurtadillas en cada encrucijada.

Sin más ni más, ¡aja con que este era un bandido!

¿Lo mismo es punta que pico?, ¿y el güegüense qué diría?

el loro en la masa de su penumbra bajo la mirada

de un universo de plumas indiferentes le preguntaban:

¿Pelón pelado quién te peló?

¡Ni por todo el oro del mundo te acerques a él!

¡Cuidado con las sombras que engañan!

¡Ay, pero qué majes estos que no ven la verdad!

 

Aislado dentro de su jaula y una multitud que lo ignoraba,

saltando, cantaba, cantaba en una estaca de indiferencia,

sin dueño que le amparara ni voz que lo defendiera,

ni un dios ante quien elevar sus plegarias o rencores,

sus retahílas de locuras.

 

Avanza por un cosmos lloroso y áspero,

de barrotes grises, llovida por los muertos

y recordaba que existía un mundo

tejido de desprecio, golpes y dentelladas,

pero le decían: ¿Quieres más masa lorito?,

¡Habrá más desdén que reconocimiento!

de montañas desbordadas de ironías,

una odisea de persistencia y desesperanza.

 

Al alba lo he visto, ¡al pendejo ni Dios lo quiere!,

¡Qué destino el suyo, marcado por el olvido!

En cada palabra, un desafío a la quirina,

en cada aliento, un acto de rabia lo dejaba

en pirinola

hasta que la noche de pájaro se cerraba, inexorable,

y aún en su última voltereta de venado llena de soledades,

pringaba, picoteaba de sarcasmos…