Estoy ciego,
con los ojos arrancados
por la crueldad del sin vivir.
Oigo mi sollozo en otras manos.
Me persigue ese ruido,
hasta que nada capto
a través de los sentidos.
- ¿Al fin muero? -
me pregunto.
Nadie me toma el pulso,
ni lo siento.
Estoy mareado
y me encuentro nauseabundo
y arrastrando
tantas cargas como el cuerpo que no intuyo.
Cae sobre mis labios ese algo,
pero no me sabe a nada
y la mente me engaña
usando otro sonido cardiaco.
Y ya nada duele…
no como esperaba.
Ese engaño que adjudica mi mente
permite imaginarme sobre las gradas;
sin fracasos …
Pero la negra niebla vuelve
en el despertar de un silbido.
Todo vuelve a doler
y me arrastro
persiguiendo los recuerdos
que quise desconocer.
Todo vuelve … todo
menos el buen chico que fui
de eso ya no hay modo.
Ni yo me soporto.
En este incómodo traslado
extiendo mis largos brazos
a un silbido.
Reprimo mi tenue olfato
Como otro hombre ingrato
al haber sido.
Escucho otra vez su silbar
mientras la saliva ahoga mi garganta
y siento en la sangre la mar
tan salada…
Ansío levantarme,
removido por horrores
que relatan los sabores
de otro trago de vinagre.
Sea pues mi sangre
la que engulla entre sus olas
los lugares en que mora
aquel cobarde.
Ha despertado el silbido
ese instinto
deseoso de sus mares.