Ivette Urroz

Se enrosca el arco tirante del alba entorpecida

Se enrosca el arco tirante del alba entorpecida,
 
lanza silabarios alados sin dejar cabos sueltos;
 
luces ahorcadas con tiburones infantiles danzan.
 
¡Yo, testigo del alba cosmopolita!,
 
observo cómo el arco tenso del horizonte
 
desata inviernos de luz carmesí y patas de arañas.
 
¿No ves cómo el cielo mismo se desgarra ante tal esplendor?
 
Contemplo a los ríos, esos dementes que se estiran,
 
colgando campanas de noches asustadas
 
en el ramaje obeso de los cementerios, y es un
 
plato de gallo pinto con chile Congo.
 
¡Qué locura de contraste!
 
Siento, en la caricia de planetas recién nacidos,
 
el aventón frío que roza su moneda fermentada,
 
sus mejillas virginales de baldosas aún tibias.
 
Atrapado, un Gueguense metafísico
 
se desdobla en la escalera de Narciso;
 
su desnudez pura se enmohece en el contentamiento
 
de jóvenes llenos de cacahuates sin prisa, como en
 
su subconsciente sin abismo.
 
Nos detenemos, embelesados, ante un nido de víboras,
 
que lanzan al aire preguntas con venenos, y es el plumaje
 
que carga la ira desde el sol y yo ya no pienso en el amor.
 
¡Los cíclopes han dejado de danzar en pelota!
 
¿Había ya justicia en la edad del pavo?
 
¡Con la lengua de fuera llegué a buscar crepúsculos podridos!