No sé cuántas veces he sido,
cada día me encuentro distinto.
El espejo es un testigo mudo
de este yo que nunca persisto.
Cada paso es un nuevo verso,
una nota en el libro del alma.
Me miro y me reconozco ajeno,
en un constante juego de calma.
Soy el eco de mis propios sueños,
la sombra que danza en la pared.
Cada deseo se torna extraño,
y en su reflejo ya no me sé.
Soy paisaje en movimiento,
un viajero en su propio ser.
Me leo en las líneas del tiempo,
sin saber qué me queda por ver.
Anoto mis huellas en la arena,
el viento se lleva lo que fui.
Releo mis versos, me pregunto,
¿será este yo el que conocí?
Dios lo sabe, con su pluma eterna,
va escribiendo mi ser sin final.
En cada página descubro
un yo diverso, siempre igual.