Sobre mi pecho enaltecido por las batallas ganadas,
descubriendo a los demás las armas olvidadas
de la sangre desvaída, hace años apagadas
no hay silencio ciego, no existe el clamor del fuego.
Llevas tus manos inmejorables, confundidas y sin lengua
en el ocaso cuyo marinero perdido, su valentía mengua,
se pierde, olvida y a pesar de ello, lucha por su vida.
Yo entre tanto te anhelo en fantasía.
Te creo en las tinieblas pues naces de las cenizas,
no como el fénix, te elevas como bengalí rojo, sangre de batallas.
En mi camino constante luces al final de mi destino.
Me esperas viendo al horizonte mis pasos furtivos.
Mientras llegas yo llego, con los ojos cerrados te encuentro
en la guarida las sábanas tibias te esperan quietas
y en la cálida e inquietante ternura desquitas
con tus estrategias caricias, besos instruidos por un viejo maestro.