Ivette Urroz

Reconozco el eco silencioso del abismo

Reconozco el eco silencioso del abismo en las profundidades,


del enfermo pesimismo y del hambre de la espalda ulcerante,


de la raíz oscura y gentil que pugna por brotar desde la boca


de su restricta envergadura.


¿La torre sonora del lamento, polvoreada, se aleja de su mala suerte?


Reconozco la muerte tembleque y su ñata infinita, aplastada


sin fuerza ni lozanía.


He sentido el desgarro de la carne y el alma que piensa y machuca.


Los titanes del capital, invalorable dentro del aburrimiento,


tenían su bestial lógico, afirmaban sobre el apéndice de su codicia


mientras acariciaban el vacío de sus entrañas avivando sus neuronas.


¡Cuando “a lo hecho, pecho” es un camino de misterios y de trigos!


¡Ay, oro del círculo imperfecto sin añoranza errante!


Pues la existencia cotidiana está infestada de insectos de platino;


luna venerable de la afonía de los ojos, como una sabia trovadora,


luna majestuosa como un corcel, luna antigua como el aforismo,


luna onírica que evapora las lágrimas metálicas en campana rota;


visionario, lascivo, carnicero amordazado de imaginación junto


a su desamparo, valiente y cobarde, camaradería


degustadora de vinos en las turbinas del tendón, al extremo del


infinito o hacia su norte, probador de rosquillas metafísicas de lejanía


andando.
Ivette Mendoza Fajardo (Ivette Urroz)