♥(¯`*•.¸♥millondurango♥¸.•*´¯)♥

Sigo pidiendo en mis oraciones que el amor de ustedes se haga cada vez más abundante con conocimiento exacto y pleno discernimiento (Filip. 1:9).

En el silencio de la oración, donde las palabras se elevan,

se encuentra un refugio, un sagrado espacio de revelación.

Allí, en la intimidad del alma que busca comprensión,

se despliega el mapa de un antiguo texto, una guía de devoción.

 

Los Evangelios, cuatro ríos de sabiduría y verdad,

narran la vida de un Hijo, espejo de divina actitud.

Sus pasos por la tierra, un sendero de humildad,

nos enseñan el amor, la compasión, la plenitud.

 

Joven lector, en las páginas sagradas encontrarás,

no sólo historias, sino ejemplos de amor sin igual.

Cada versículo, un latido, cada palabra, un compás,

que acompaña el viaje del espíritu en su búsqueda espiritual.

 

Jesús, maestro de maestros, con los niños en sus brazos,

nos mostró la ternura de un corazón sin muros ni rechazos.

Invitaba a sus seguidores a compartir su pensamiento,

en un diálogo abierto, sin temor ni falso juicio.

 

Así es Jehová, accesible, un padre sin distancia ni condición,

que escucha nuestras súplicas, entiende cada petición.

Nos invita a hablarle, a confiarle cada preocupación,

con la certeza de que su amor es nuestra salvación.

 

Porque en cada oración, en cada verso de fe,

se halla la promesa de un cuidado que no perece.

Y en el acto de leer, en el gesto de conocer,

se alimenta el amor, se fortalece la creencia.

 

Así, día tras día, en la lectura constante,

se cultiva la costumbre, se forja el semblante

de un alma que conoce, que se acerca a lo divino,

encontrando en las Escrituras su destino peregrino.

 

Porque conocer a Jesús es más que leer un relato,

es entender su mensaje, es seguir su legado.

Es ver en su vida el reflejo de un amor paternal,

que nos guía, nos protege, nos ofrece un final triunfal.

 

Entonces, joven amigo, si aún no has comenzado,

abre el libro sagrado, no te sientas intimidado.

Porque en cada palabra de Jesús hay un tesoro escondido,

una verdad que libera, un amor que ha sido prometido.

 

Y así, en la comunión de la lectura y la oración,

crece el amor por Jehová, se fortalece la conexión.

Porque en el conocimiento de su Hijo amado,

encontramos el camino, por su gracia iluminado.