En la antigua danza del tiempo, donde los días de Job se despliegan,
se teje un tapiz de perdón, en hilos de gracia que Jehová ha legado.
Con paciencia divina y amor, a sus siervos fielmente ha guiado,
a través de pruebas y dolor, su misericordia ha demostrado.
Elifaz, Bildad, Zofar, voces de tormento y desdén,
sus palabras, dardos que el alma de Job han querido prender.
Mas el Creador, en su sabiduría, un camino les ha de mostrar,
ordenando a Job, con corazón abierto, por ellos orar.
Y así, en la quietud de su fe, Job elevó su plegaria,
un acto de humildad y amor, que la ira contraria.
El perdón, una llave dorada, que las cadenas del rencor desata,
liberando el corazón de pesos, que a la carne maltrata.
Jehová, observando desde su trono, vio la obediencia de Job,
y con bendiciones colmó su vida, un nuevo manto le tejió.
Porque guardar rencor es cargar una piedra en el alma,
un peso que nos hunde, que nuestra paz desarma.
El rencor, esa carga pesada, Jehová nos insta a soltar,
como hojas que caen en otoño, dejándolas atrás al pasar.
Nos aconseja con palabras eternas, \"Deja la ira, la furia olvidar\",
pues en el jardín del espíritu, no hay lugar para la amargura sembrar.
El rencor es veneno que en las venas corre, con silenciosa maldad,
dañando el cuerpo y el alma, con su tóxica realidad.
Más el perdón es el antídoto, que la vida puede sanar,
un regalo de liberación, que nos permite respirar.
Perdonar a los demás es abrir una puerta a la luz,
es regalarnos la paz, es seguir el camino de Jesús.
Es un acto de valentía, de compasión y de amor,
que nos eleva por encima de la tormenta, hacia el Creador.
Así que, en este viaje terrenal, donde las pruebas no cesarán,
recordemos la historia de Job, y lo que su fe demostrará.
Que el perdón es un eco divino, que en nuestras almas resonará,
y en la armonía del perdón, a Jehová siempre honrará.