Alberto Escobar

Si te duele...

 

 

 

Si te duele.
Depende de si te duele
al ponerte el pantalón.
Es una protuberancia incómoda
—me gustaría ser mujer—, y se
incrusta en la costura arriesgando
el riego sanguíneo, y las alarmas
saltan, el dispositivo sensible 
de que nos valemos para que se avise
de una emergencia, de algo que no 
acaba de funcionar, sí, algo así. 
Si te duele echa el pantalón
hacia atrás, o hacia delante,
según estés cómodo, y he hallado,
con la práctica diaria de ponerlo
y quitarlo de mi pubis, que también
la ropa —una entidad no viva— se adapta
al cuerpo que le va dando calor, cariño,
comprensión, y se va haciendo a él 
como el perro se hace a su amo —hasta parecerse—.
Si te sigue doliendo espera.
Ten paciencia, y si la tienes, como fruto
y recompensa a tu tesón, a tu saber esperar,
el pantalón se irá adaptando a tu pubis
como la plastilina lo hace al molde que,
en clase de plástica, te toca por sorteo
para llegar al arte de una escultura, o algo
similar —a falta de pan buenas son tortas—,
y recibir el aplauso de un profesor que reza
cada minuto de clase para que la clase pase,
ya, sea historia, y regresar al calor de un hogar
efervescente de ganas de que vuelva y se deje,
según reza su mujer, de zarandajas de enseñanzas
y se vuelque en la consecución de un trabajo digno,
que la familia necesita un nivel para fardar
con las madres de los compañeros del colegio
de los niños que hablan de Caribe y yates.
Si te duele demasiado quítatelo, ve a tu tienda
de confianza, y pide una talla más...