Ivette Urroz

Resuena el clarín y brama

Resuena el clarín y brama, brama el clarín y resuena

su puente de plata vehemente, su malabarismo entrometido.

¿Cómo el paso inexorable de las eras

sobre el criptograma grandioso de la tierra, entre luchas

carnales colosales?

¡Todo es grandioso, monumental y metafórico:

un asentamiento eufórico, abultado, absurdo,

sombrío y extravagante! ¡Descartes y el Güegüense titilan en

poesías!

 

La niebla pícara y piadosa flota sobre las ciénagas; fluctúan

precoces, adineradas de sentimiento.

Mientras, el cataclismo ideal de los cachinflines

chilla su rapacidad, borrando el tiempo. Resuenan

como marionetas entumecidas en un día nublado,

como mentes geniales en noches del toro guaco,

como la maraca descachirulada

de los espíritus metiches

en la bacinilla eterna de los zopilotes,

de macanas esféricas, viajeras en la soledad del macachín.

¿Y los dialectos automáticos, macizos y trágicos,

que en Tipitapa atrapan tapas de rayuelas en la maturranga,

como en un escenario de maravillas titánicas?

 

En esa vastedad, los embatutados de lo inconcebible

se entrelazan, creando un tapiz

de chibolas y chimbombas luces, dispersados en la

impaciencia.

Cada paso en esos caminos es un viaje

a través de lo abombado, donde colgar los guantes

y dar el ancho es salir de un maíz picado.

¡Come pato! Meter la cuchara

lleva consigo adivinar secretos antiguos,

a sabiendas mientras un cartucho cucurucho

vigila, inconmovible,

la marejada constante de la historia humana

atando las lágrimas al poder del corazón.