Alexandra Quintanilla

10 de julio

Los viejos tiempos se acabaron y, es difícil aceptar tan grande pérdida. 
Una tiende a glorificar el pasado, 
a veces lo exagera. 
Pero lo cierto es que los abuelos ya no tienen la misma fuerza y, agradable es que se pueda aún mantener una conversación extensa. 
En el invierno comienzan las nostalgias, ver un campo que antes en mis ojos se veía extenso donde se encontraban siluetas de niños de todos lados jugando. 
Ahora es un parqueadero silencioso.
Ahora no camina ni un ánima siquiera. 

Los viejos tiempos no son más que fragmentos que una busca de vez en cuando, queriendo volver a tener.
Revivir pasadas inocencias, 
quisiera una desenterrar hasta las tristezas.
Aquellas entradas a la fuerza por la tarde noche con el cincho en la mano después de irse al río a ver que había. 
Las sentadas en la mesa con los hermanos y los primos esperando que nos sirvieran la cena. 
La espera de la madre con el peculiar sonido de bienvenida diciendo “Chicas, chicas”. 
La música de mi padre que me resuena aún en la bocina. 
Los viejos tiempos no son más que tiempos añorados. 
Se pierden grandes cosas en la vida adulta.
Tanta imaginación que rebotaba en la psique de la infancia.
Los tíos con sus chistes peculiares.
La casa con gran bulla.
Cuántas veces quise silencio y, ahora que me veo inmersa en él, los ecos de las carcajadas, los llantos y los regaños no hace más que rebotarme en las nostalgias de cuanto quise perder y ahora, no hago más que suspirar y desear volver a tener.
No eran más que berrinches que se pagan caro cuando se les da por perdido de una vez para siempre.
Ya no quiero el sueño de la independencia,
extraño dormir con mi madre sobando mi cabeza pequeña.