Hoy la vi, pero no era ella.
Algo estaba mal, algo se había roto.
Era como si una tormenta se formara dentro, haciendo sus destrozos y abriendo espacio a las gotas por sus ojos.
En el fondo, yo sabía quién era y por qué estaba así.
Yo sabía que era ella, y cómo no reconocerla si ya llevamos dieciocho años juntos, si ha estado para mí siempre.
¿Cómo confundirla, si sus ojos eran los míos, si sus rasgos me recordaban tanto a mí?
Ella era mi madre.
Y yo solo era un mal hijo, la causa de sus esfuerzos y también de sus desvelos, era sangre de su sangre y aquella vez también era sus lágrimas.