Entre sesenta y cuatro casillas
nos quedan dos piezas:
un hombre de arcilla
y un chico que empieza.
Son ambas casillas opuestas:
Una es joven que suma,
y la otra nos resta,
a pesar,
de no valer ninguna.
Entre unos movimientos
sufren otros sin cesar
rebuscando en sus cimientos
colocarse y acechar
Pero no hay mate posible
para el rey en su actuar
y no queda otra irascible
que ansíe a un juez desubicar
Sin embargo, ese chiquillo no es un huésped
le persigue deseoso el que mutila
hasta la muerte.
Estaba el rey tan loco
que le quiso dominar
pero el niño estaba absorto
y le pretendió ahorcar.
El juego de siluetas
avanzaba hacia la luz.
No hallará un peón las piezas
que defiendan su virtud.
Y en la negra tropieza
el niño al elaborar
una argucia que al rey mienta
y confúndalo al obrar.
El rey fragua su venganza
ante aquel niño impostor
porque se proclama dama
cuando no es más que un peón.
Y ese niño ya no avanza
debido a su gran temor,
él sostiene en su ignorancia
que su rey no es un traidor.
Él es pieza, un utensilio
al que el rey no ha de ignorar
y por ello pierde el juicio
y no alcanza su final.
Mataría con la asfixia
a esa dama si pudiera
porque ella no es de arcilla
como un peón que si lo fuera.
Pero el rey es un idiota
que no ve que peón es dama
y que solo al rey llaman
a la horca
Y a la dama no le importa
esconderse en otro cuerpo
sabe que es cuestión de tiempo
que ella sea.
Aunque el rey ya no la crea
ella es dama en su nobleza
conocida por la fuerza
de su pueblo.
Y el tablero que es de arcilla
no merece a su adalid
porque reina ha de morir
ante su juego.