No quiero convertir tu corazón en una bodega, hacinar libros viejos de amargas experiencias, conciencias opacas, sentimientos muertos, o pretender sanar con limón tus grietas en busca de una apresurada cicatrización.
No quiero que seas la enemiga de tus recuerdos, pero sí enseñarte a tenerlos cerca, sacar provecho de la historia, generar nuevas melodías y revolucionar el coro de tu canción.
No quiero que seas esclava de ruidos internos que silencien tu voz. Y es que, para las heridas, prefiero ser paciente, y utilizar el antibiótico del arte, la paz, el amor.
Por eso te escribo, porque, aunque la voz se calle, las letras: no. Y en ellas te siento libre, valerosa, profunda, bella crisálida con natural emancipación.
Desnudaré tu capullo de seda, y que, en la lucidez de la metamorfosis, ames tu vuelo, tanto, como lo hago yo.
De mí, para mí.