Recuerdo aquella noche, bajo el faro plateado,
de la luna, en la orilla del vasto océano,
donde me entregaste tu tesoro, más preciado.
Éramos dos hojas al viento, sin brújula, solo amor.
Miradas tímidas llenaron nuestros ojos,
con destellos de ansiedad brillante.
Nuestros cuerpos eran hojas al viento,
temblorosos, ante lo que el destino
pudiera deparar, distante.
Poco a poco, con fogosa pasión y calma,
nuestros cuerpos se unieron en sagrada comunión.
Un escalofrío recorrió mi alma,
una corriente, que electrizó mi ser, sin conmoción,
al sentir bajo mi cuerpo todo tu calor.
Sentí tus labios, dulces y carnosos, como fruta madura,
fuente de pasión, sin amargura.
Nuestros labios, como dos pintores enamorados, sin censura,
crearon una obra maestra de deseo
en la tela de nuestros cuerpos, sin mesura.
Viajé por tu cuerpo como un navegante en el mar,
mientras la brisa nos refrescaba el alma.
Y en ese estado de deseo y pasión, todo estalló,
un fuego inundó por un momento todo nuestro ser,
y sentí tu cuerpo florecer, en un abrazo eterno.
Sentí latir con fuerza tu corazón,
mi cuerpo no paraba de vibrar,
Mis labios buscaban los tuyos con desesperada pasión,
Y así, fundidos en un abrazo tierno y eterno,
la luna nos envió un guiño de complicidad,
Tan puro fue nuestro amor que las estrellas celosas quedaron.
Desde aquella noche, somos un solo corazón, sin dudas.
Desde aquella dulce noche, es todo tuyo mi amor,
un amor que nació bajo el faro plateado, de la luna.
Gonci