Rafael Huertes Lacalle

RECUERDOS DE UNA SENDA

Más abajo de los Tajos

hasta Charilla una senda,

me recuerda entre sus campos

llenos de olivos y piedras,

el palpitar de un chiquillo

dentro de un alma traviesa,

irrigado en timidez

prolongando su inocencia.

 

Iba rodando el verano

diciendo adiós a la escuela.

Un tremolar jubiloso

alborozaba mi testa

con redobles de campanas

al subir por la calleja

y el fulgor de un haz de luz

en el tranco de la puerta.

¡Cuánta emoción en la casa

del abuelo y de la abuela!.

 

Mientras, la luz dilataba

en los brazos de la abuela

 y, encumbrado en regocijo

no entendía de tristezas.

 

Trasegaba el corazón

bien henchido por las venas,

regias notas musicales

sobre hilos de roja seda.

 

Era un encanto sin fin

de armonía plena eterna;

era un lenguaje de flores,

margaritas, carihuela;

 

espigas de duro trigo

de campos para la siega;

de ramales en gavillas

luego esparcidos en eras;

 

de viento, de sol, de paja,

de jarpiles y de huertas;

de unas botas para el campo

con goma para sus suelas.

 

Calzado que del abuelo

dejaron marcada huella,

por un tortuoso camino

de olivos viejos y piedras,

 

¡sudando siempre la frente

labrando duro la tierra!

Luchando por la justicia

de rojo fuerte en esencia,

 

donde el corazón hablaba

del saber y de la ciencia,

como habla el viejo olivo

que sobrevive a una guerra.

 

Quizás serían las botas

o un reloj con su cadena,

la foto que en su perfil

figurara de ocho estrellas.

 

Como son sus ocho hijos

insuperables de esencia

que, ríen entre suspiros

y lloran la noche ciega,

 

recordando aquellos días

que hasta Charilla en la senda

palpitaron corazones

que hoy al cielo centellean.

 

Más abajo de los Tajos

sigue existiendo esa senda,

en el recuerdo… el ayer,

hoy con aroma de ausencia,

 

donde la brisa en sosiego

suena con métrica endecha,

y de las almas se vierten

aciagas lágrimas viejas.

 

 

Rafael Huertes Lacalle