Carlos Eduardo

J U I C I O

Se es quien es sin saber nunca quien se es; pero algo va sucediendo en uno sin saber qué es.

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Enfermo;

marrón, verde, macilento;
deseando ir a Basilea;

escarabajo tornasol estragado,
desahuciado,
brillando de sudor y alegría,
dejóme invadir por el sueño sin tiempo;
no obstante,
el médico usa sus dotes,
sueros milagrosos;

otro facultativo,
expresa,
erradicar los tormentos residuales;

antes yo,
me había despedido humildemente,
no quería levantar sospechas,
nada me delataba,
cantaba
como San Francisco
en su agonía;

no pensaba en mis méritos,
mi cántico estaba dirigido
a mi supina ignorancia:
qué sabía yo de las flores,
del trinar de las aves,
de la belleza de las voces,
de las mariposas,
de las almas generosas,
del sufrimiento en locura,
de brindar cuidado
no tan solo a los seres queridos,
…;

me había hecho mínimo,
insignificante, intrascendente,
invisible, digno de lastima,
había alcanzado el zenit,
manifestación de verdadero arrepentimiento,

   En ese recinto,
todos estábamos confundidos,
teníamos por amigos a los dioses,
un espectáculo deprimente
teñido de luz blanca, pálida, sin sombras;

nos hacíamos iguales al fin
o así lo creíamos,
en tal instante las divinidades usaban sus varas
para medir diferencias respecto a sus estándares;

evaluaron
cuanto bien habíamos hecho al prójimo,
la densidad de nuestras acciones,
la altura y ancho de nuestra entrega,
consecuencia entre lo expresado y lo hecho,
si juzgamos, mentimos, obramos mal en conciencia,
la relación que teníamos con lo vivo, lo material, lo espiritual,
qué hacíamos estando ociosos,
el contenido de nuestros sueños, ensueños, delirios, pesadillas, obsesiones,

   Muchos nos dijeron adiós 
iluminados con una sonrisa serena y pintada.
...

   Yo no obtuve la dicha,
no califiqué,
y aquí estoy,
...