En la sala otorga el niño sus palabras,
resurgen de los vapores del alma,
y tres imágenes recrea.
La una es el “yo niño” en la cama;
segunda es la caricia, su llama,
y su ausencia, la tercera.
¿Quién eres? Me atas,
déjame atrás.
No esperes nada;
olvídame, no llores más.
Niño, escapa
o te matará
aquel que en su palma
impide el soñar.
Corre mi alma,
no dejes de amar,
y vive en tu calma,
no mueras jamás.
Suelta ese cuchillo, pequeño niño,
suplirás las asfixias de tu martirio,
suelta a ese atacante.
Cuídate bien las venas, junto a las penas.
Ríe hasta que puedas, o hasta que quieras.
Cuídate, soñante.