Alberto Escobar

Tan buena...

 

 

 

Qué buena eres.
Me acabas de enviar por guásap
una foto con tu bikini nuevo,
en una playa de Barcelona, sola,
queriéndote quedar quieta,
o dormida, bajo la herida 
de un sol al que envidio
con toda mi alma —por no hablar
del viento, que te acaricia la seda
que me gustaría deslizar sobre mis
sedientos dedos—, y mis alarmas
han reventado de inoperancia, no
dando abasto a la avenida láctea
uretra arriba que se ha desatado,
los diques se declaran en huelga
al tiempo que la frustración ocupa
todos los escaños de la presidencia. 
Mándamela de nuevo porfa, guaseo,
pero no de una vista, como antes,
sino para guardarla en la parte 
para ti que reservo de un album
de fotos, para gozarla libre, mía, 
a gusto, cuando me plazca,
e imaginarte sobre mí, libre. 
Qué buena eres, qué cuerpo,
qué ébano desparramado sobre
qué epidermis tan tersa, tan de otro
universo, tan lejos de mi tacto...
Qué rabia, qué Tántalo tan tonto
me siento, qué amarga es la vida
cuando baja amarga —qué ácida
y dulce al mismo tiempo—, qué gracias
a dios siento por poder acceder a ti,
aunque a medias, y qué desgracias
al mismo dios al que acabo de agradecer.
Eres tan buena, me animas tanto
a agarrar fuerte, hacía arriba y hacia abajo,
el largo cayado del que ese dios me dotó
para subir, cual un sísifo ya harto, la cuesta
interminable de lo que siempre acaba volviendo,
que se me hace llana contigo, y esa playa,
en la que te desparramas en tu descanso
dominical, la odio y quiero tanto como
odio y quiero a esa parte, esa Susi, que tanto
me priva de gozarte, de beberte aunque agua
salada seas bajando el esófago de mi sequía. 
Eres tan buena, tan preciosa, tan inteligente...