Cayendo la tarde
sobre el estanque dorado,
volviendo a ver las mismas tinieblas,
luces apagadas en un mundo
donde los rayos se mezclan con los ávidos truenos.
Me bamboleas como una sierpe rosácea,
un avatar abandonado es tu existencia;
unos niños jugando a no cometer pecado,
un paredón abandonado de laberintos vidriados
exhalados por la bruma y el viento.
Eres el beso que penetra en mi interior devorándome,
quemándome como Nerón quemó Roma,
soy las ondas del agua cuando navegas sobre ellas,
abrumador acto torpemente compartido
por la alborada de la nostalgia.
Humanidad en penumbra, solsticio de otoño
arrullo de palomas penetrando en mi rojo torrente
de células muertas,
esperando el despertar de la mojada tarde
como cristales impenetrables de la mirada.
Sueños de metal enmascarados de vino no bebido,
amores de arquitectos fallecidos en el valle de la dicha,
acuarela resplandeciente del momento;
historia de ayer, tren sin pasajeros, sueños de libros
infinitos sobre papiros egipcios, el universo resurgiendo.
Otoño cayendo, hojas volando provocando
sombras entre nubes en el cielo,
noche de júbilo, mañana adversa, recuerdos indolentes
que se derraman en mi casa.
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