Ricardo D. Branj

Dondequiera que estés

Dondequiera que estés

                               

Dondequiera que estés, que la luna

derrame sobre ti toda su luz,

su resplandor más vivo.

Que la intensa claridad

vele tus sueños y tus caminos,

para que no sea páramo

tu región, y en tu latiente roca

no se temple a los nuevos rumbos.

Que esa luz transparente y blanca

acaricie tu rostro como alguna vez

mis manos, ya extintas, efímeras

en el olvido.

 

¡Luna inquebrantable, benévola, inexorable, cariñosa,

mella las calles de tibios resplandores a sus pasos!

 

Dondequiera que estés, que el sol

derrame sobre ti toda su luz,

su resplandor más vivo.

Que urja en tu piel su caudal de nuevo día

y plague de vergeles tus ojos,

y en tu latiente roca pose su candil,

para que temple los nuevos rumbos.

Que esa luz ardiente, cándida en el alba,

roce con cortesía tu rostro como alguna vez

yo no supe hacerlo, y que en otras

he querido.

 

¡Sol imperturbable, bienhechor, estoico, generoso,

que no mengue tu lumbre en sus recorridos!

 

Dondequiera que estés, que la lluvia

derrame sobre ti toda su ceremonia,

su abundancia más fresca.

Que augure para ti sin torbellinos,

pero a fértiles raudales sus ríos,

y en tu latiente roca con hartura,

todo lo que alguna vez has querido.

Que esa agua sea también luz, aurora,

que llegue a tus orillas serena, limpia,

a besar tus márgenes como alguna vez

fueron mis labios,

algún rocío.

 

¡Lluvia impasible, noble, perseverante, delicada,

desborda de regocijo sus esperanzas!