Llevo en mí la soledad
como un muerto que perjura
y se lamenta y bosteza
de cuando en cuando.
La llevo como un huésped
desorientado que pudriera
los labios no tocados, la sencillez
de las hojas de ruta.
Llevo su triste penacho
como una desigualdad
de espacio compartido,
de tétrica y olorosa ferretería.
Llevo sus fragantes delirios
sus estocadas palpitantes
sus manos lascivas como ramas,
en mi cuerpo de úlcera pestilente.
Y porto su escuadrón de mentiras
y su resistencia a hacerse mayor,
a dejar de creer en hadas.
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