Hay un sofá, estrecho, sombrío
en la estancia de viejos tapices;
parece un muerto fingiendo
un reposo irreverente,
cansado,
tendido y aterido
¡Cuánta pena su descarada alegría!
Y, en la pared,
desilusionada y ausente, la faz
de mi querida, se esfuerza, desfallecida.
Me sonríe, taciturna; su mirada fría
muestra una lívida y extraña
sensación de ternura;
de odios no sabe, pero me sabe a cereza
su recuerdo vivo tras el cirio muriendo
después de una lenta y penosa agonía:
Le mimo, le hablo, le ruego ¡no mueras!
Luego, me maldigo
por lo brutal de ser un ente desprotegido
¡Incapaz de mantener viva
la flama de la vida!
¡Qué misterio, este misterio muy prendido
en la pared de mármol y de Cedro carcomido!
Ella ya no sonríe más,
se ha marchado,
su sonrisa se ha esfumado
tras las huellas infinitas,
ya no hay odio ¡nunca lo hubo!
Ya no hay amor en la pared
descarnada y hueca
y en el lugar del lienzo olvidado
ha quedado un marco apolillado
cubierto
de pegajosa telaraña
que atrapa a mi cuerpo
dormido en el sofá...
6:24 p.m.
Martes, 16-07-2024
D.R