A veces,
cuando el desgano que entristece,
envejece en mis venas, te miro...
tú también me miras
y veo como en tu piedad,
dejas que trepen por los pliegues de tus pupilas
las alegrías de los recién nacidos del mundo.
Encendidos los leños, crepitan las últimas farolas,
bordando con luces nardos,
en escaleras y silos.
Gravitan sin lustre los causes.
Se aran las fauces de las legumbres.
Sobre el lecho de tus ojos,
caen panes de Octubre, hasta dejarlos satisfechos.
Y mi pecho se nutre tanto de ti,
que reverdece la calma,
cubriéndose por completo de flores,
como el desierto de Atacama.
Sonrío,
y agradezco con mi alma
que siempre estés aquí.