Aún recuerdo esa aureola que te cubría
cuando, al brazo de aquel muchacho agarrada,
paseabas lentamente bajo mi ventana.
Eras una muñeca, ángel de las tardes,
fantasías ocultas para los viandantes
y para mí, lo que a mi alma alborotaba…
Caminabas con una sonrisa al paso,
con candor infantil ibas a su lado
llevando tu pecho fuertemente apretado
contra un férreo y robusto brazo
que terminaba en un bolsillo y no en una mano;
su pecho prominentemente sacado,
y con su mirada dejaba bien claro
que la vida a todos iba perdonando…
Mas la tarde un buen día se entristeció…
La tarde al día siguiente también se oscureció…
Tarde tras tarde no retornó ningún sol…
Y cada año que pasó sin tardes se quedó.
Ayer por la mañana apareciste rápidamente,
calle abajo con un aura muy diferente…
Unas gafas de sol intentaban ocultar
unos hundidos y amoratados ojos
que tú, rauda, con tus hijos justificarás;
que no puedes dormir lo suficiente,
que los tres hijos en tres años que tienes,
son fruto del amor que tu marido por ti siente;
dirás que también te rompiste el brazo
por culpa de un vulgar accidente
por golpearte con la mesa de la cocina
al resbalar con un poco de aceite…
Y volverás a inventar una nueva historia
cuando de nuevo al hospital acudas…
“Él me quiere, él me quiere…
me lo dice a todas horas,
me lo dice constantemente…
Soy yo quien le pone nerviosa,
de ello no tengo la menor duda,
por intentar egoístamente cambiarle.
Él, que está fuera de casa todo el día,
mientras que yo, mujer miserable,
sólo pienso en mí y en mi vida.”
… Y te engañarás un nuevo día,
y te arreglarás para él una nueva noche
esperando ser un día complacida
y recibir algo más que un reproche
antes que sobre ti se abalance
y te haga sentir en tu cuerpo
otra vez ese brazo robusto y férreo
que acompañado de un puño
pone el punto y final a tus anhelos.
Pero no sabes ni por qué palabra
ni sabes por qué alegría
él te borra con sangre la sonrisa
de tu frágil y maquillada cara…
y retorna también esta noche
la siempre repetida rutina.
Mientras, los niños lloran en sus cunas
y tú sin lágrimas en los ojos e inerte
esperas que algún día tu hombre
te dé, por tu bien, una dulce muerte.
Y entonces él, con la cara desencajada,
te repite entre gritos sollozos y golpes:
“Te quiero…; pero es que no me entiendes” .
Hoy te has vuelto a cruzar en mi camino …
Hoy estabas sosegada, acostada,
se diría que incluso feliz,
con unos tubos en la garganta,
pelona, magullada y casi sin alma;
mientras que unos hombres trataban
desesperadamente por conseguir
que tu vida no acabara esa mañana…
…Y una nueva tarde fue cayendo en el horizonte
y una extraña noche iba dejando estrellas en tu mirada.