♥(¯`*•.¸♥millondurango♥¸.•*´¯)♥

Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros tal como yo los he amado (Juan 15:12).

 

 

En el tejido de la existencia, el amor es el hilo dorado que une cada corazón en un tapiz de confianza. Como estrellas en el firmamento, cada acto de amor y humildad brilla con luz propia, guiando el camino hacia la verdad y la compasión. Amar sin medida, como enseñó Jesús, es construir un puente sobre el abismo de la soledad, conectando alma con alma en un abrazo eterno. 

 

El amor genuino no busca aplausos ni recompensas terrenales; es un río que fluye silencioso, nutriendo la vida a su paso sin esperar nada a cambio. Es el guardián silencioso de los secretos, el defensor de la dignidad ajena, que no traiciona la confianza ni siquiera ante la tentación de la vanidad. La humildad, su compañera fiel, camina con pasos suaves, sin dejar huellas que busquen gloria, solo la paz de saber que en la sencillez reside la verdadera grandeza.

 

Los mandamientos del amor y la compasión son faros de luz en la oscuridad, principios eternos que trascienden el tiempo y el espacio. En el amor a Jehová y al prójimo, encontramos la esencia de todo lo que es bueno y justo. El amor es el arquitecto de puentes entre las personas, el sanador de heridas invisibles, el amigo que escucha sin juzgar, el que perdona sin recordar el agravio.

 

Así, en cada gesto de bondad, en cada palabra de aliento, en cada silencio compartido, se refleja la profundidad de un amor que no conoce fronteras. Este amor es la semilla de la confianza, que florece en el jardín del espíritu, donde cada flor es una promesa de esperanza, cada aroma un susurro de la fe que nos une.