Nadie nos enseña a morir,
a emprender esa ida sin regreso,
a no querer saber nada de un mañana,
a despreocuparse de los quehaceres,
a deshacerse de lo que siente el corazón y de lo que el cerebro ordena.
Nadie nos enseña a sumergirnos en ese sueño profundo, a entregarnos al designio que Dios tiene para todos.
Que difícil es aceptar que se tiene que partir, que ya no habrá tiempo para cumplir sueños, que se tienen que desechar los planes, los abrazos, las palabras y los besos.
Que ya no habrá tiempo de plantar,oler y cortar flores, que no habrá más atardeceres, ni arcoiris para ver.
Que difícil es saber que ya no se tiene tiempo, que el final de acerca y parece que pasó todo tan rápido.
Fue como un parpadeo y ahora con los ojos cerrados no ver quien se acerca y nos susurra que nos quiere, que todo estará bien sin nosotros.
Quizá si los apretamos un poco despertemos y sea otro simple sueño.
O quizá rebuscando entre las pocas memorias que naufragan en la conciencia encontremos al fin la forma de irnos, de morir, de partir para siempre.
Porque quizá siempre lo hemos sabido pero lo olvidamos.