jvnavarro
DIARIO DE VERANO XXI (DE UN CASTILLO DE ARENA)
En poco que tuve de ganas,
en esta mañana
que ya pasó y no se queda,
me vino de repente la idea
de hacer un castillo
con agua y arena,
conchas de moluscos
y trozos de pequeñas maderas.
Allá en la playa
rodeado de silicatos y cuarzos
con diferentes grados de transparencia,
dale que dale a la pala,
con mucha ciencia
creé yo una verdadera fortaleza.
Ya la barbacana
frente a las murallas
imponía ella por su altiva presencia.
La torre del homenaje
destacaba por su grandeza,
ahí ellos los nobles
estarían siempre seguros
en caso de estrepitosas guerras.
Pendones al aire ondean
se les ve desde lejos así truene o llueva.
Un foso profundizaba
en la misma arena,
tanto que quien en él cayera
mal lo tendría
para escapar de tal tragedia.
Una pesada reja
moldeada con paciencia,
era el rastrillo
que separaba a los moradores de dentro
de los extraños de fuera.
Almenas tenía mi castillo
con sus saeteras y troneras,
patio de armas y demás elementos de defensa
que si se cuentan
ponen los pelos de punta
por la mucha tortura que lleva,
vivir allí mismo
donde los presos cumpliendo penas
salir esperan,
si es que pudieran,
y es que son sus celdas
lugares de tormento
que matan a cualquiera.
Ya llega por el adarve la guardia
que se siente ella,
por su rigor y obediencia,
del castillo su defensa cierta.
Ya se ven a las damas
jugar a la gallinita ciega,
en sus ojos pañuelos de seda
y en sus manos las prendas.
Si te cojo y me coges
al final todo queda en risas
que a todos alegran.
Ya llega el señor del castillo
montado a caballo,
viene de una montería
con una rehala de perros
sacando mucho la lengua,
por la mucha sed que pasaron
persiguiendo a las piezas,
que salen al encuentro
de quien cazador era
hasta la mismísima médula.
Ya poco tiempo me queda
para que la pleamar se lleve
lejos de mi presencia
tan hermoso testigo
de una España bélica,
en la que cada castillo era
una especie de buena muestra
del carácter particular,
que en la Península Ibérica
tienen sus diferentes gentes y tierras.