Íncipit
La historia va cargando los lienzos de mi numen
y todos los anhelos que el alma me consumen;
la sed preponderante, creciente cual canción.
A veces hasta el ritmo le dice al corazón
que, al ave de los miedos, los sueños la desplumen.
Creciente es como arroyo los hilos del certamen
en donde ciertamente con nervios el examen
conduce al Infinito la savia, cuya miel...
yo voy tejiendo entonces la risa, y el clavel
escribe a las estrellas que en versos se derramen.
Los brazos del silencio sostienen todo crimen,
diciéndole al espacio: —no creo que lastimen
el plectro sin medida después de un gran por qué...
el alma se entretiene luchando por la fe
dejando siempre a un lado las manos que le oprimen.
Y en mí, posa una nube de pueblos que no temen,
armados con poemas, sagrados como el semen;
son bravos guerrilleros, la Luz del ideal.
Conmigo está el incienso del reino celestial,
por eso con palabras, al odio, que lo quemen.
Mi casa está habitada con trinos, no se domen.
El aire me saluda, las piérides aromen
el lecho donde sueño. Cayendo está el curul.
He aquí, sin limerencia me sacio de lo azul,
no obstante, dejo al tiempo que versos lo desplomen.
Samuel Dixon