Reliquias místicas me rodeaban
en mi soledad reflexiva, apreciando tu belleza
de luna estrellada
tejiendo un ocaso doliente en mi pupila.
Somos dos hojas de otoño cayendo juntas,
en un banco helado,
dos corazones latiendo en la cañada de la vida,
empapándonos de este cielo que nos contempla.
Banco del promontorio del cantal
aquel lugar en el que fuiste mía
viendo la luna dormida en aquel mar de plata
donde sentí tu desnudez
y mis manos se llenaron de magnolias.
Mar salada en cresta de ola
allí enraizó tu cuerpo de azul cielo
con el mío, rayo trémulo de las galaxias del universo.
En aquel lugar se rompieron nuestras venas contra las rocas,
el tallo tierno de brote adolescente
con sus fantasías de algas de noche,
de dos debutantes
y tus muslos acariciados por la espuma.
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