Hay mundos que son otros mundos,
noches sin techo, donde la luna reverbera
en el fondo del río y emite destellos
de la madera y su nudo, del calor de un cuerpo ausente.
Pernoctando en fríos escalones,
hay voces que vienen de afuera, que son solo ruido,
ecos en los que las palabras son rehenes.
Dentro hay sombras que respiran junto al lecho,
ahora vacío, y algo falta en mí que no encuentro
en esta oscuridad, que avanza hacia la lumbre.
No estaba en la costumbre, ni en lo escrito
solo donde los días se van hundiendo lentamente.
Al norte limita el corazón con su cansancio
en un pecho que va enmudeciendo, parpadeando
sin nosotros, es solo el dolor de la sangre,
un coágulo que débilmente responde a sus ecos.
Mis huesos cuelgan en la oscuridad,
orean su vejez como un óxido vivo sin saber
que mi cuerpo sigue adelante, hasta donde la memoria
tiene el color amarillo del azufre silencioso
de lo que soy y lo que busco.