Acampaba aquella melada sirena
sobre el áureo tapiz de arena,
e irisaba la dorada sustancia
al fundamento del fauno deseo
La mirada al océano perdida,
entre el légamo de los sentidos
bajo la insumergible calima,
ante el irrestricto confín urdido
A su costado creí entumecer,
mi plasma, apenas transitaba
por entre mis magnetizadas venas;
ahuyentado, el vigor de mis pies
Sentí su metafísica sobre mi hombro,
su lánguida mano me retenía.
El sol cegaba su dorada figura entre
las rodófitas húmedas y frescas
Sensuales labios sellaron mi boca,
mi cuerpo licuaba entre sus senos
la ruda inercia de los sentidos,
coagulaban espontáneos fluidos
Entre el mudo lenguaje, escuchaba
la respiración ahogada de mi ego.
Sus piernas aferraban mi instinto y
sus pies lamian la piel de mis muslos
Las olas salpicaban y atemperaban
nuestros ladinos y solapados cuerpos,
la brisa jugaba entre la materia.
El sexo sucumbió, penetrada la noche
La ardentía de los cuerpos remitía
en álgida tormenta existencial,
y en la permanente contorsión
rebosaba el impulso, la biológica pasión
¡El profundo sueño desvaneció los espasmos; en la arena, huella de un solo cuerpo!