¡Oh, tesoro! qué palabra tan repetitiva,
qué órdago a lo bello
qué insignia a lo impropio
a lo valioso de la vida.
Palabra de oro escondido
de burla grotesca,
despavorido voy por ese valle silencioso
donde vuelan las gaviotas.
Hiedra es ¿tesoro o planta?
acaso el mármol rojizo del sol no vale el giro
de la peonza en el suelo,
o el sortilegio de las nubes sobre sus sillas
avanzando, como avanzan los ejércitos
en la batalla del desconsuelo.
¡Ay tesoro!, escondido, oculto del día,
de la noche que vigila el día,
privilegio de mi alma
en tu mundo superfluo de locura.
Corazón de plata, luz esmeralda
de mi ventura, de mi dicha
en el cielo ocre de la mañana,
cuando el sol despierta,
entre nubes de plata.
Alma de tesoro, tesoro de mi alma,
que vas empujando corazones de mármol,
tesoros de mirra, en esta tarde,
cuando los rayos queman
la mirada de tu mirada.
Vástagos de incienso en la misa
de la mañana, dónde mi tesoro felicitaba
la enfermedad del amor,
la que me lleva a la algarabía
o a la muda desdicha, de los tesoros
ocultos de mi alma.
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