En el jardín de la vida, donde el primer aliento surgió,
Adán y Eva, en su danza, una sombra proyectaron.
Con el fruto prohibido, el destino entrelazaron,
y en su caída, la muerte a sus hijos legaron.
Más el Creador, en su trono, no desvió la mirada,
su propósito divino, por el error no fue manchado.
Promesas de vida eterna, en las estrellas sembradas,
para aquellos fieles, cuyo amor no ha menguado.
Job, en su lecho de aflicción, en la resurrección creía,
convencido de que el llamado de Jehová no tardaría.
Daniel, entre visiones, un futuro revelado,
donde los mortales se levantan, por el tiempo no limitado.
Los judíos, en su espera, la promesa conocían,
de un Dios que a sus siervos, la eternidad ofrecía.
Jesús, en su palabra, la esperanza mantenía,
y en su resurrección, la verdad se cumplía.
Así, en el tapiz del tiempo, cada hilo es una vida,
entrelazados por la fe, en la promesa divina.
La muerte, solo un sueño, del que despertarán algún día,
en un jardín restaurado, donde la vida no termina.
Y en este poema sagrado, donde la esperanza reside,
cada verso es un suspiro, de un alma que persiste.
En la búsqueda de un mañana, donde el amor preside,
y la vida, como un río, eternamente fluye y existe.