Comprender no es justificar.
—Hanna Arendt.
Entiendo tu postura.
La entiendo ahora, tras
consultar el Camasutra.
Es difícil, escabrosa, y tuve
que calentar la espalda antes,
no fuera que por un tirón
tuviese que pedir la baja y para
bollos no estaba el horno.
Entiendo tu postura,
y no fue fácil entrar en ti,
llegar a conciliarme con los motivos
que te llevaron a ese suicidio, a ese morir
delicioso clavados como Julio César,
clavados veinticuatro veces, sangre y semen
derramados sobre los márgenes de una página
en blanco que ya quema, al margen de ti.
Aún, pensando en tu postura, entristezco
de pensar que te planteaste dejarlo todo,
que el roce vaginal de mis razones no recibió
el gemido de tu comprensión, cuando ahora,
ya caliente la musculatura, me hallo listo,
más preparado que nunca para encajar
tu postura, llegar a lo más hondo del motivo,
de lo que te empujo a..., y con el martillo pilón
de mi obsesión romper el tupido telar que,
tirante y reticente, delante, me esgrimiste
para irte, para derramarte más allá del monte
gimiendo ayuda, y la vía Láctea sobre mi cielo
anunciaba un lamento de consuelo sin fondo.
Tu postura es muy difícil, sin tiempo de entrenar
lo suficiente, tu urgencia urgente, y en un brete pusiste
mi flexibilidad dejada de lado, y las mieles saborear
quiero de tus razones, testarte atento, con la rugosidad
de una lengua que tiembla de espasmo, auscultando
la motivación fatídica que te lleva a la deletérea
decisión de esfumarte sin permiso, sin el previo
avalar del descalabro que vas a causar en mi vida.
Entiendo tu postura, y te propongo matarte de amor
—antes que de honor por haraquiri— veinticuatro siete
—antes lo consultaré con tu almohada—.