Cuando era niño, nunca pudo comprender todo el maltrato y el abuso que recibía.
Sus diminutos brazos y piernas se alzaban como un escudo insuficiente contra la lluvia de golpes de su padre.
Su padre no dejaba de darle golpes hasta que el palo de madera se rompía contra su frágil cuerpo.
Por suerte para el pobre niño, su padre nunca había sido fanático al béisbol.
Entre todas las dificultades de su vida, el niño siempre trató de tener presente la imagen de su madre, recordar y apreciar el hecho de que su madre no lo había abandonado a pesar de lo que se decía de ella.
Desde que tenía uso de razón, el niño aprendió formas de afrontar el terrible comportamiento de su padre.
Pasaron los años y como él ya no era un niño, aguantaba los golpes sin llorar y por eso su padre lo obligaba a ponerse en posición de espaldas.
Para golpear su trasero con una correa de cuero demasiado gruesa que le puso el nombre de “Martín moreno”, el que quita lo malo y pone lo bueno.
Entonces el joven tuvo la idea de esconder siempre un cuaderno por dentro de su pantalón para protegerse un poco.
Simulaba dolor con cada golpe y así aprendió a engañar y a fingir para sobrevivir.
El joven se obligaría a sí mismo, a pesar de la realidad, a ver los mismos fantasmas que su padre siempre veía.
Para que pudieran compartir algo y formar un vínculo teniendo conversaciones un tanto normales.
Por supuesto, hablar de epilepsia, esquizofrenia o enfermedades mentales de cualquier tipo estaba completamente prohibido.
Las personas que hablaban de estos temas en la casa no eran bienvenidas.
Si el padre veía algo azul que el joven sabía con certeza que era roja, la verdad y la realidad no importaban.
Incluso si todas las leyes de la gravedad dijeran que debería caer, no importaba, él sabía que seguramente no le podría pasar a él.
Siempre tuvo que ser a la manera de su padre, él tenía razón y eso era todo, lo que él decía, el joven estaba de acuerdo.
Así eran las cosas y el joven había sentido e incluso temido que las cosas pudieran ser así para siempre.
La casa era su propia dictadura, donde él gobernaba a todos y el joven era su súbdito.
Nunca tuvo el coraje de decirle que no a su padre, siempre se vio obligado a ignorar lo que sabía que era correcto.
No negó lo que escuchó, incluso con el tiempo llegó a creerlo todo para ayudarlo a sobrevivir.
Su padre tenía los modales de un toro, sus visiones y creencias estaban fuera de toda duda, nadie se atrevía a cuestionarlo.
Un abrazo o cualquier cariño por parte de su padre era inimaginable para el niño y aprendió a vivir sin ellos hasta su juventud.
Cuando caminaban juntos por la ciudad, el joven notaba que la gente se cruzaba hacia el otro lado de la calle para evitarlos.
Su padre pensaba que las reglas y las leyes simplemente no se aplicaban a él y que no había nadie que pudiera hacerle cambiar de opinión.
Después de muchos años, sentía que el tiempo se arrastraba o corría tan lentamente que bien podría estar quieto.
Aparentemente de la nada, su padre inventó una enfermedad y pronto esta enfermedad acercó su muerte.
Finalmente, cuando el final, se acercaba desde su lecho de muerte y sin nada más que un profundo odio, brotando de sus ojos.
Su padre reunió todas las fuerzas que le quedaban para decirle a los presentes con voz dominante:
— “Los llevaré a todos al infierno conmigo”.
Todos y especialmente el joven temieron a su padre hasta que se acercaron sus últimos momentos de vida.
Pero el joven, ahora un hombre, logró reunir todo el coraje que pudo para decírselo a su padre con lágrimas en los ojos.
Y con voz llena de gran dolor dijo:
—Por favor, padre, ha llegado tu hora, tienes que irte en paz ahora.
No tienes que quedarte aquí y seguir luchando, la guerra se acabó, el odio y la venganza se pueden dejar ir.
Descansa y quédate tranquilo, puedes irte de aquí en paz, te perdono, nunca te dejaría así.
Todos, especialmente yo, estaremos en paz con lo que queda de nuestras vidas.
Su padre lo miró fijamente hasta que lo agarró fuertemente por el brazo sin detenerse de mirarlo.
Hubo un silencio total en el dormitorio, nadie respiraba excepto su padre respirando con bastante dificultad.
Hizo un último esfuerzo por levantar la cabeza, pero no pudo del todo y su cabeza cayó hacia atrás en la almohada, pero sus ojos nunca rompieron el contacto con los ojos de su hijo. Ahora, un hombre, se dio cuenta, de que los ojos de su padre, ya no parpadeaban.