Señor, en este día que recién empieza,
quiero darte las gracias,
por el don hermoso de la fe
que al ponerla en mi alma,
me diste la capacidad de creer en tu bondad,
en tu misericordia
y de sentirte muy cerca de mí.
Gracias, Padre, por ese amor
que me hace sentir pequeñito,
ante la inmensidad de tu grandeza,
una arenita, una basurita, nada...
Y al pensar que soy tu hijo,
es tanta mi alegría,
que no me cabe en mi pecho
y al subir a mis ojos convertido en llanto,
es como ofrezco rocío sobre mi alma.
Señor, no puedo prometerte
que voy a ser mejor,
conoces mis flaquezas,
sabes mis debilidades,
solo te suplico
que cada amanecer me des paciencia,
para emprender con alegría las diarias tareas,
humildad para no pasar de largo
ante las necesidades de mis semejantes,
brindar un saludo, una sonrisa
o una palabra de aliento,
compartir un poco de lo mucho que tú me das.
Ayúdame a perdonar
los desprecios, las ofensas,
así como tu hijo divino todo perdono,
hazme fuerte ante el dolor y el sufrimiento
y cuando mi muerte esté cerca,
¡no me abandones, Padre!
Afirma mi esperanza de que al final
estarás tú para recibirme con amor,
como la oveja que falta en tu rebaño
y en el nombre de nuestro señor Jesús
te agradezco, Padre,
que me hayas permitido decir esta oración,
¡Gracias, gracias, gracias!
¡Amén!