AUTORRETRATO
Empecé la carrera con ideas de niño
por bondad y esperanza, por aprecio y cariño;
yo tenía tres años, con el sueño a la cumbre,
ingresando a la escuela como lo es de costumbre,
aprendiendo valores con el alma en la mano
yo acepté beneplácito la conciencia de humano.
Y agregando a la vida, sentimientos, proezas
vi flotar en los cielos un millón de cabezas
que decían en coros: ― «ha nacido un artista»
y el gran horizonte que es la nueva autopista
aplaudió de inmediato. Se abrazaron los cielos.
Y corrieron querubes, y emprendieron sus vuelos
las primeras ideas de mi psique abolida.
Mas, el iris constante me introdujo a la vida
derramando en mis manos la suprema victoria;
el oasis del tiempo y el pan de la gloria.
Yo tenía seis años e ingresé a la primaria
donde solo aplaudía por razón temeraria
la virtud del maestro que cantaba poemas;
y leyendo de pronto los murales y temas
aprendí lo valioso que es el ser estudiante.
Mas, la historia fulgente me volvió un almirante,
contador de galaxias y los mil pabellones
cuando siempre en la mente dibujé corazones
al amor tan rebelde, calcañar desidioso
o a la boca admirable del espectro famoso.
Fueron cinco docentes que indujeron mis trazos:
de experiencia encomiable, de sonrisas y abrazos,
de consejos muy tiernos, de lecciones latentes
que han servido en la vida de caminos y puentes.
A los doce cumplidos yo ingresé a secundaria
siendo un ángel de lucha la conquista en primaria
y el acervo vivido con hermanos y amigos.
Ellos son hoy en día los leales testigos.
Y, aunque era muy lejos el brillante colegio
yo lo puse en la vida como un gran privilegio.
Caminé sobre el fango, no detuve mis planes
a pesar de calumnias y erupción de volcanes.
Jamás tuve la dicha de ser hijo del arte
mas, la ingenua consciencia me mostró el estandarte
y así, dije con gozo: ― sea Dios nuestro guía
para ahondar las virtudes de la gran poesía.
Fueron nueve docentes los que tuve, por dicha
y en la mente los llevo, de ellos guardo una ficha.
Me llevaron, por cierto, como a tres competencias
y obtuvieron conmigo las fulgentes vuecencias…
y llevando mil versos que el aire sopla y sopla,
dediqué sentimientos a través de la copla.
Siempre en mí, pabellones cargué en hombros solemne
para hollar el camino junto al limbo perenne.
Y aprendí muchas cosas que no digo y omito
por asuntos de tiempo, por motivo inaudito.
Conocí en los amores la incurable tristeza
que, al pasar de los años se volvió una destreza.
Y al tener diecisiete, bajo luz y verdad,
viajé lejos de casa, frente a la sociedad
que, afelpada de inicuos y en labor ordinaria
conocí de otras cosas, de la luz literaria
que mostró de otros mundos, la suprema consigna
con el lema loable «plataforma muy digna».
Mas, los libros llegaron a endulzar la memoria
con las letras potentes del lector sin euforia.
Afinando la pluma, decidí darle un mérito
al torrente sanguíneo que estremece el pretérito.
Y así, bauticé todo, todita el ansia mía
siguiendo los caminos de la gran poesía.
Ahora, no más digo porque puedo y pues quiero,
que en mí corre la sangre de Cuauhtémoc guerrero.
Con Nezahualcóyotl las proezas llegaron
y Lautaro, invencible con Tepeu acordaron
lo que el astro Atahualpa promulgó muy seguro;
que, vertiendo tlatollis, Diriangén, Guaicaipuro
me nutrieron las venas con maíz y cacao.
Pero la honra sublime proclamó Nicarao
para hacer de la patria sentimiento y denuedo.
La balanza es la Paz, yo con ella me quedo.
Como dijo Darío: «todo nos transfigura…»
mas, yo digo contento, la unidad siempre cura.
He aquí, sigo sonriendo, batallando en la lucha,
porque sé con firmeza que el Señor nos escucha.
Es en forma de historia mi retrato, abolida
y que el mundo le agregue lo que falta a mi vida.
Samuel Dixon