Revuelvo las cenizas
de la chimenea
con las cenizas de mi cuerpo,
para que germinen primaveras
y maduren los otoños,
cenizas de restos de poda
de papeles de especuladores
y gobiernos sin alma,
sin justicia social, ni amor por su tierra.
En este canto guerrero
derramo lágrimas negras
que mezclo con el llanto verde
de los árboles arrancados.
Las lágrimas de los árboles
sólo lavan las piedras.
No quiero cerrar los ojos,
ahorcaré el dolor
con mis tendones,
quiero pelear
con garras y uñas
por los que regalan vida,
por los que viven estáticos
y mueren erguidos
en el Maestrazgo,
en la hoguera que esconde
el fuego fatuo
de los desastres.