En la penumbra de mi habitación,
la soledad se sienta a mi lado,
susurra al viento una canción
y me envuelve en su abrazo callado.
La luna observa desde su trono,
con su pálido y frío resplandor,
mientras en mi corazón entona
la tristeza de un viejo amor.
Las sombras juegan con mi mente,
dibujan formas de recuerdos lejanos,
susurran historias de tiempos ausentes
y me pierdo en pensamientos humanos.
El reloj marca el paso del tiempo,
cada tic-tac es un eco en mi alma,
miro al pasado y siento el lamento
de una vida que busca la calma.
En las paredes resuena el vacío,
los ecos de risas que ya se han ido,
la soledad es un amigo impío
que deja mi corazón herido.
El viento susurra entre los árboles,
canciones de un mundo distante,
mi alma busca entre los mármoles
el calor de un amor vibrante.
Los sueños flotan en la bruma,
como nubes que se desvanecen,
la soledad se convierte en espuma,
y en mi pecho las penas crecen.
Camino por senderos desolados,
donde el eco es mi único guía,
busco en los cielos estrellados
un rayo de esperanza que sonría.
Pero en la oscuridad encuentro
la fuerza para volver a empezar,
pues en la soledad del momento
mi espíritu aprende a volar.
Así, entre sombras y silencios,
mi corazón renace con valentía,
pues aunque me encuentre en el destierro,
la soledad es también compañía.