José Fas Fonfría

LA MUJER.

LA MUJER

La mujer, mi madre, la que me dio la vida,
la que me amamantó, me crio y me educó,
la que luchó y peleó, y nunca salió vencida,
la que, por labrarme un camino, el suyo dilapidó.

La mujer, la niña, mi eventual consejera
en los olvidados y añorados juegos infantiles.
La mujer, mi amiga y compañera de escuela,
la que alimentó mis primeros sueños febriles.

La mujer, mujeres todas ellas apetecibles,
todas atractivas y bellas, de mis años juveniles,
que elegía y rechazaba por motivos discutibles,
y que desarbolaban mis jóvenes sueños varoniles.

La mujer, mi esposa, la madre de mis hijos,
con la que formé una familia con ilusión ignorada,
con la que me llegué a colgar, todos los crucifijos,
y destrozó de un plumazo, la estabilidad lograda.

La mujer, la amante efímera y ocasional,
con la que levanté frágiles muros de algodón,
la que más que compañera fue, atributo vaginal,
y que me ayudó con su ego, en alguna ocasión.

La mujer, mi nueva compañera tanto buscada,
la que volvió a alumbrar mi oscura vida,
cuando ya la daba inevitablemente apagada,
y contribuyó a encauzar mi ilusión perdida.

Ella fue la que me enseñó el camino de vuelta,
la que puso una pancarta en mi meta,
pero no pude seguir la vía correcta,
y volví a caer en una profunda cuneta.

Y fueron pasando los años, y llegó la soledad,
en la que confundes el amor, con la compañía,
aunque te cuesta reconocer esta realidad,
y ves aún el odiado ocaso, en la lejanía.

Y vas frecuentando redes sociales,
en busca de alguna alma gemela,
y ves que, como tú, los hay a raudales,
que van buscando la perdida primavera.

Pruebas… y te crees acertar a la primera,
lo mismo piensa la mujer que elegiste,
y es que la prisa suele ser mala consejera,
y que, a cualquier canario, le gusta el alpiste.

Y pasa lo que, sin duda, tenía que pasar,
que, con amargura, la luz se torna oscura,
y la felicidad que confiado creíste alcanzar,
termina en una corta y casual aventura.

La mujer, mi deseado amor juvenil,
la que tantos poemas me hizo escribir,
la que inspiró el amor más tierno y pueril
y con la que tantas cosas soñé compartir.

Ella, la esperada, la que tanto deseé,
la que mantenía oculta en mi corazón,
la primera, y a la que siempre amé,
aparecía ahora para ser mi salvación.

Fue con ella la época más feliz de mi vida,
fue, la que me volvió con fuerza a ilusionar,
la que me devolvió toda la felicidad perdida,
y con la que viví momentos difíciles de olvidar.

Viajes, aunque nunca fui hombre de mundo,
lo mío siempre fue, soñar y trabajar,
la salud, no me ayudó en algo tan profundo,
para, a la mujer querida, conservar.


Y pasó lo inevitable, lo que tenía que pasar,
conocido, y probado uno, probados todos,
el siguiente no se tenía que hacer esperar,
fue cruel, pero sigo vivo de todos modos.

Y otra vez me disfracé de canario,
y de nuevo el alpiste, volví a probar,
guardé el amor en un fondo de armario,
y con mi cansada soledad salí a pasear.

Quiero aclarar una cosa, siempre fui
profundamente, sincero y respetuoso,
aunque debido a la rutina, me convertí,
en algo vulgar, descuidado y escabroso.

Y así, poco a poco, el tiempo transcurrió,
y sin esperarlo, llegó lo que faltaba,
se presentó, y lo que tenía que pasar, pasó,
y me enrollé con una mujer casada.

Sabido es que esto no tiene buen fin,
pero… si sucede a modo de ficción,
los guionistas te disfrazan de pillín,
y te encuentran para todo, solución.

Pero si es, en la realidad donde lo vives
lo hagas como lo hagas, te sale mal,
inventas, confabulas y nada te prohíbes,
y siempre acaban los higos, colgados del peral.

La mujer, la tenebrosa y malvada bruja del cuento,
la que busqué para acallar mi amargado lamento,
y sucedió que… conocida una, conocidas ciento,
por lo que… recibo y acojo mi merecido escarmiento.

Termino hablando de otras, no concubinas,
mujeres, que también pasaron por mi vida,
abuelas, tías, primas, hermana, y sobrinas,
flores y cardos de la inquietud más dormida.